La influencia de los bancos centrales en las últimas crisis

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Hace dos décadas los mercados eran un fiel reflejo de la realidad económica a nivel macroeconómico: evolución del PIB, y a nivel microeconómico: resultados empresariales. En aquella época los Bancos Centrales usaban las herramientas de política monetaria convencionales, es decir, las bajadas o subidas de tipos de interés para estimular o enfriar las economías según el ciclo que atravesaban.

La crisis financiera de 2008 cambió las reglas de juego, y con los tipos de interés al 0% hubo que inventar otra forma de estimular la economía y combatir la recesión global.

Compras masivas de deuda por parte de los bancos centrales

Ahí surgió el QE o “quantitative easing”, con el objetivo de manipular la rentabilidad de los bonos a medio y largo plazo. Esa rentabilidad actúa como guía del coste de financiación a plazos largos. Por tanto, los Bancos Centrales comenzaron a controlar los tipos a corto y a influenciar en los tipos a largo plazo comprando cantidades ingentes de bonos.

De la actuación de los bancos centrales al endeudamiento de los países

Este tipo de actuaciones invitó a los Gobiernos del mundo entero a endeudarse, porque los costes financieros eran extraordinariamente bajos, en lugar de llevar a cabo políticas de austeridad para reducir los ingentes déficits públicos existentes.

Antes de la crisis del coronavirus vivíamos una realidad consistente en conseguir crecimientos económicos exiguos a base de un endeudamiento sin fin. El mejor ejemplo de esta situación es la economía japonesa, con una deuda sobre el PIB cercana al 250%, tipos en torno al 0% y apenas crecimiento económico. Y este proceso de “japonización” se ha ido extendiendo por Europa y EE.UU. durante la última década.

Lo que en principio eran medidas excepcionales para combatir la recesión económica, se ha convertido en una realidad estructural. Y en este entorno de políticas ultra laxas, las empresas han aprovechado para seguir endeudándose hasta alcanzar récords históricos.

Por desgracia, mucha de esta deuda es improductiva, y no se ha utilizado para mejorar los beneficios, sino que ha acabado destinada a financiar programas de compra de acciones por parte de las propias compañías (“share buybacks”) con la única intención de conseguir mayores revalorizaciones bursátiles. 

Con inflación superior al 2%, los Bancos Centrales no podrían seguir sosteniendo los mercados.

Pero con la llegada del coronavirus ha vuelto a producirse una mutación en las reglas de juego de los mercados financieros: los Bancos Centrales han anunciado QE ilimitado y los Gobiernos han lanzado programas de estímulo fiscal astronómicos.

Los primeros intervienen el mercado de deuda hasta un nivel antes impensable: compra de bonos soberanos, hipotecarios, corporativos, municipales e incluso bonos basura o “high yield”.

Los segundos, impiden la quiebra de compañías insolventes en sectores que son calificados como estratégicos, como por ejemplo compañías aéreas o del sector de la energía.

¿Qué ocurriría si cambia la inflación?

A medio plazo, esta nueva realidad es el motor de las bolsas y difícilmente va a cambiar. A largo plazo, el riesgo será el potencial resurgimiento de la inflación, provocado por el shock de oferta que sufriremos en esta crisis, la ingente inyección de dinero nuevo y un cambio en la tendencia hacia la globalización por otro más orientado hacia el proteccionismo.

Con inflación superior al 2%, los Bancos Centrales no podrían seguir sosteniendo los mercados y se verían obligados a subir los tipos de interés en un momento en el que la deuda pública a nivel de Gobiernos y empresas estaría en máximos históricos, dando lugar al Armagedón.  


Pablo Gil - Jefe de Estrategia de XTB

Por Pablo Gil – Jefe de Estrategia de XTB

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