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En los últimos años, la palabra influencia se ha convertido en una de las más pronunciadas en el ámbito corporativo. Los líderes empresariales y las marcas la persiguen con insistencia: quieren ser influyentes, mover opiniones, marcar tendencia. Pero en esa búsqueda, a menudo se confunde la influencia con la notoriedad, y la presencia con la credibilidad.

Influir no es ser visto, sino ser tenido en cuenta. No se trata de ocupar espacios, sino de dar sentido a las conversaciones que definen un sector o una sociedad. La influencia auténtica no se mide por la cantidad de menciones ni por el eco mediático, sino por la capacidad de generar confianza y orientar la mirada de los demás hacia una dirección determinada.

La verdadera influencia nace del prestigio y de la coherencia. De la consistencia entre lo que una organización dice, hace y representa. No se construye de un día para otro ni se compra con campañas o titulares: se gana con el tiempo, con los hechos y con una narrativa sólida que refleje una visión del mundo.

Hoy, más que nunca, las empresas influyentes son aquellas que logran conectar su propósito con las preocupaciones reales de la sociedad. Que escuchan antes de hablar. Que entienden que su papel va más allá de la cuenta de resultados, porque su legitimidad depende de su contribución al bien común.

En un entorno saturado de mensajes, donde todos quieren ser escuchados, la influencia requiere silencio, reflexión y credibilidad. Requiere pensar antes de comunicar. Y exige asumir una responsabilidad: toda influencia conlleva una forma de liderazgo, y todo liderazgo debe ejercerse con ética y con sentido.

Hoy, más que nunca, las empresas influyentes son aquellas que logran conectar su propósito con las preocupaciones reales de la sociedad.

Las compañías que logran ejercer influencia lo hacen porque representan algo más que su producto o su servicio. Son referentes porque aportan claridad en medio de la confusión, serenidad en el ruido y dirección en la incertidumbre. Su voz pesa no por su volumen, sino por su autoridad moral y su coherencia.

En definitiva, la influencia bien entendida no consiste en tener un altavoz más grande, sino en tener algo valioso que decir. Consiste en construir una voz que inspire confianza y deje huella. Porque solo quienes comunican desde la verdad y la coherencia logran influir de verdad.

Valvanuz Serna Ruiz

Socia directora de PROA Comunicación