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Llega un libro dedicado a analizar una gran corporación, un coloso como es Berkshire Hathaway, fundada por Warren Buffett. El mega conocido inversor ha sido durante décadas la cara visible de un conglomerado que hoy vale cientos de miles de millones de dólares y que despierta tanto interés en el mundo financiero como en el académico. Pero, ¿qué ocurre cuando miramos más allá de su figura icónica?

El ensayo Berkshire más allá de Warren Buffett (Deusto), del profesor y experto en inversión Lawrence A. Cunningham, aborda esa pregunta y ofrece una conclusión que rompe mitos: el verdadero motor de Berkshire no es únicamente Buffett, sino una cultura corporativa única y profundamente enraizada.

Berkshire Hathaway: un proyecto único en la historia corporativa

Berkshire Hathaway nunca fue un proyecto diseñado en los despachos. Surgió casi como un accidente. Desde su nacimiento en 1965 hasta hoy, su evolución se ha caracterizado por una ausencia de plan estratégico tradicional. Lejos de seguir los manuales de gestión al uso, la compañía creció a partir de adquisiciones que respondían más a la visión de sus líderes que a un guion predefinido.

Esa flexibilidad la convirtió en un “animal único” dentro del ecosistema empresarial. Lo que empezó siendo un negocio textil en declive terminó transformándose en uno de los conglomerados más grandes de la historia corporativa, con presencia en sectores tan diversos como las finanzas, la energía, la logística o el consumo.

La notoriedad pública de Buffett comenzó en los años noventa, cuando sus selecciones de acciones empezaron a ser objeto de debate mediático. Compañías como American Express, Coca-Cola, The Washington Post o Wells Fargo dieron a Berkshire un aura de infalibilidad que atrajo a legiones de inversores.

Sin embargo, esa visión parcial dejaba fuera una parte crucial: la construcción de un conglomerado industrial y de servicios que hoy controla desde GEICO, la segunda mayor aseguradora de automóviles de EE. UU., hasta Burlington Northern Santa Fe, uno de los principales ferrocarriles transcontinentales de América del Norte. El grupo incluye también a gigantes de la reaseguradora como Gen Re y National Indemnity, además de Berkshire Hathaway Energy, proveedor global de energía.

El portafolio no se detiene ahí: marcas tan populares como Dairy Queen, Fruit of the Loom o Clayton Homes también forman parte de la constelación Berkshire. Todas ellas operan con una autonomía considerable, reflejo de una filosofía empresarial basada en la confianza y la descentralización.

Una cultura corporativa basada en valores

Lo que Cunningham subraya en su obra es que Berkshire no es solo una colección de activos rentables. Lo que realmente sostiene al grupo es una cultura compartida por sus filiales: integridad, autonomía y compromiso a largo plazo.

Esta manera de entender los negocios rompe con la lógica cortoplacista que domina en muchos mercados. En lugar de presionar a sus empresas participadas con objetivos trimestrales, Berkshire les da libertad para desarrollarse, siempre bajo el paraguas de unos valores comunes. De esa forma, ha logrado atraer y retener líderes empresariales que, más que empleados, se comportan como auténticos socios.

Las cifras actuales de Berkshire Hathaway hablan por sí solas. Si fuera un país y sus ingresos se calcularan como PIB, estaría entre las 50 mayores economías del mundo, a la altura de Irlanda, Kuwait o Nueva Zelanda. Si se tratara de un estado estadounidense, ocuparía el trigésimo puesto, comparable en tamaño a Iowa, Kansas u Oklahoma.

El conglomerado emplea a más de 300.000 personas, lo que equivale a la población de Pittsburgh, y maneja en efectivo alrededor de 40.000 millones de dólares, un volumen superior al de la mayoría de las grandes corporaciones estadounidenses.

En el ranking corporativo, Berkshire solo se ve superada por gigantes como ExxonMobil o Walmart, curiosamente dos compañías en las que el propio conglomerado mantiene participaciones minoritarias.

Más allá de Buffett

Uno de los puntos centrales de Cunningham es desmentir la idea de que Berkshire está condenada a perder relevancia sin Buffett al timón. Según el autor, lo que garantiza la continuidad es precisamente esa cultura corporativa que se ha transmitido a lo largo de décadas y que impregna a cada filial.

La sucesión del “Oráculo de Omaha” es, sin duda, un tema sensible. Pero más que una preocupación, Cunningham lo interpreta como una transición natural en una organización que ha sabido delegar y confiar en equipos de gestión autónomos. Buffett ha construido un legado que no depende de una sola persona, sino de un modo de hacer negocios difícil de replicar, pero extraordinariamente eficaz.

En tiempos de volatilidad y de cambios acelerados en los mercados globales, el caso de Berkshire Hathaway invita a reflexionar. ¿Es posible que la clave del éxito empresarial esté menos en las estrategias financieras sofisticadas y más en la construcción de una cultura sólida y coherente?