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Vivimos un tiempo paradójico: nunca los líderes han estado más expuestos, ni nunca se han sentido tan solos. En una sociedad hiperconectada, donde cada gesto se amplifica y cada palabra se interpreta, la figura del directivo vive en una tensión permanente entre la necesidad de mostrarse y el riesgo de ser juzgado.

La exposición pública, antes reservada a momentos concretos o institucionales, se ha convertido en un ejercicio continuo. Se espera de los líderes visión estratégica, pero también autenticidad emocional. Son referentes visibles de sus organizaciones y, al mismo tiempo, depositarios de las expectativas -y a menudo de las frustraciones- de muchos.

En España lo vemos con claridad. Ana Botín combina liderazgo financiero y compromiso social al frente del Banco Santander, encarnando el papel del directivo global con propósito. Marta Ortega, desde Inditex, representa la fuerza de la discreción y el valor de la coherencia entre identidad y acción. Juan Roig, presidente de Mercadona, ha hecho de la comunicación directa y transparente su mejor carta de reputación. Marc Murtra, al frente de Telefónica, y José Bogas, en Endesa, asumen la visibilidad de sectores estratégicos sometidos a una transformación constante.

Todos enfrentan el mismo dilema: cómo comunicar con transparencia sin perder ni el equilibrio ni el foco. Detrás de ese papel público existe una realidad silenciosa. Una soledad que no tiene que ver con la ausencia de personas alrededor, sino con la dificultad de compartir las dudas, los miedos o las contradicciones que acompañan a la toma de decisiones.

En PROA lo vemos cada día. Los líderes más admirados no son necesariamente los que más hablan, sino los que saben rodearse bien. Aquellos que entienden la comunicación como un espacio de reflexión compartida, y que confían en interlocutores capaces de escuchar, confrontar y ayudarles a construir su relato desde la autenticidad.

Los líderes más admirados no son necesariamente los que más hablan, sino los que saben rodearse bien

Quizá la mayor fortaleza de un líder hoy no esté en su capacidad de hablar, sino en su disposición a ser escuchado de verdad. En un mundo ruidoso, la soledad no debería verse como una debilidad, sino como un espacio de introspección donde recordar por qué se lidera y para qué. Tal vez el mayor acto de liderazgo consista precisamente en eso: encontrar calma, propósito y coherencia en medio de la tormenta.

Tal vez el mayor acto de liderazgo consista precisamente en eso: encontrar calma, propósito y coherencia en medio de la tormenta

 

Valvanuz Serna Ruiz

Socia directora de PROA Comunicación