En la prevención y tratamiento de enfermedades crónicas como la obesidad, la medicina contemporánea ha alcanzado grandes avances, pero ninguno sustituye la base de una vida saludable: hábitos sostenibles en el tiempo, atención médica especializada y una reeducación del comportamiento alimentario. La combinación de alimentación equilibrada, ejercicio físico regular, descanso adecuado y bienestar emocional sigue siendo el secreto más valioso para perder peso, más allá de las soluciones farmacológicas disponibles.
“La obesidad no es un problema estético. Es una enfermedad crónica que necesita tratamiento, seguimiento y compromiso”, afirma la doctora Susana Monereo, jefa del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Ruber Internacional. Desde su experiencia, los nuevos tratamientos farmacológicos han supuesto “un antes y un después” en el manejo clínico de la obesidad, pero también han traído consigo riesgos si no se utilizan de forma responsable.
La popularidad de los nuevos fármacos para perder peso
En los últimos años, medicamentos que reducen el apetito fisiológico y emocional se han popularizado entre quienes buscan perder peso. Sin embargo, su eficacia está directamente vinculada al contexto en el que se emplean. “El deseo de adelgazar rápido y el auge mediático de estos fármacos han derivado en un uso descontrolado, sin supervisión médica, lo cual puede ser perjudicial”, advierte la especialista.
Los nuevos fármacos contra la obesidad han demostrado su eficacia clínica, sobre todo cuando forman parte de un plan terapéutico integral. Pero no son una solución aislada. “Estos medicamentos facilitan el proceso, pero no eliminan la necesidad de compromiso personal. No adelgazan por sí solos, sino que ayudan al paciente a reconectar con sus señales de hambre y saciedad”, explica la Dra. Monereo.
Por sí solos no funcionan…
Uno de los mitos más extendidos es que permiten perder peso sin esfuerzo. La realidad es muy diferente. “La implicación del paciente sigue siendo clave. La herramienta es potente, pero su éxito depende de cómo se use”, subraya la doctora. En su consulta, ha observado que quienes logran mantener la pérdida de peso son aquellos que aprovechan la reducción del apetito para replantearse su relación con la comida.
Según Monereo, la pérdida de peso es solo el primer paso del camino. Lo realmente complicado es mantener los resultados a largo plazo. Y es ahí donde entran en juego los mecanismos de “adaptación metabólica” del cuerpo humano. Tras la retirada del tratamiento, es común que aumente el apetito, disminuya la sensación de saciedad y se reduzca el gasto energético, lo que favorece la recuperación de los kilos perdidos.
“Es un proceso biológico casi inevitable. Por eso es fundamental que durante el tratamiento el paciente aprenda a comer mejor, a moverse más y a no usar la comida como vía de escape emocional. Solo así se consolidan los resultados”, sostiene la especialista.
Alimentación mediterránea y sentido común
Para Monereo, el enfoque restrictivo que a menudo se asocia a las dietas no funciona a largo plazo. De hecho, muchas de ellas acaban generando frustración, efecto rebote y una mala relación con la comida. “La dieta más eficaz no es la más estricta, sino la que uno puede mantener”, afirma. En ese sentido, defiende el modelo de alimentación mediterránea: variada, equilibrada y culturalmente cercana.
En la base de su planteamiento está el sentido común: comer mejor, no menos. Respetar horarios, evitar el picoteo, cocinar más en casa, elegir alimentos frescos y limitar el consumo de ultraprocesados. “No se trata de contar calorías como si fuera una competición, sino de entender qué necesita nuestro cuerpo para funcionar bien”, indica la doctora.
Además, no hay que olvidar el resto de factores que intervienen en el bienestar: el descanso nocturno, el manejo del estrés, la salud emocional o la actividad física. “Todo forma parte de un estilo de vida saludable. Comer bien no sirve de mucho si no dormimos lo suficiente o si vivimos en un estado de tensión constante”, recuerda.
A las puertas del verano, la presión por perder peso suele aumentar. Para muchas personas, las vacaciones son el momento elegido para iniciar una dieta o empezar a hacer ejercicio. Y aunque la motivación estética es legítima, la doctora invita a redirigir ese deseo hacia un objetivo más profundo: mejorar la salud. “El verano puede ser una oportunidad para iniciar el cambio. Pero ese cambio debe ser sostenible. Perder cinco kilos para luego recuperarlos no es una victoria. Lo que buscamos es aprender a cuidarnos mejor y para siempre”, apunta Monereo.