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La Fundación Querer ha inaugurado un oasis con vocación terapéutica: el Jardín Terapéutico Querer. No se trata de un parque cualquiera. Tampoco es solo un rincón verde para el paseo. Este espacio, pionero en su diseño y uso, integra neurociencia, psicología ambiental, salud mental y sostenibilidad social para convertirse en una herramienta de intervención real para el cuerpo y la mente.

Concebido como un entorno activo de sanación, este jardín va más allá del concepto decorativo. Cada sendero, planta, color o textura ha sido planificado con un propósito terapéutico. Y su innovación principal no radica solo en su diseño, sino en su apertura sistemática a colectivos diversos: desde centros educativos y asociaciones vecinales hasta residencias o grupos terapéuticos.

El Jardín Terapéutico Querer puede marcar un antes y un después en el uso de la naturaleza como medicina urbana. No solo aporta belleza al entorno, sino que contribuye al desarrollo de habilidades, mejora el estado de ánimo, reduce la ansiedad y fortalece el sentido de comunidad.

“Queríamos crear un lugar donde la naturaleza se convierta en un recurso accesible y terapéutico para personas con necesidades muy concretas”, afirma Sara Herrero, neuropsicóloga y directora del Gabinete Multidisciplinar de la Fundación Querer.

inauguración jardin terapeutico de la fundación querer

De izquierda a derecha: José Luis Puche, director general de la Fundación Querer, Pilar García de la Granja, presidente de la Fundación Querer, el padre Ángel, Eduardo Arribas, secretario de la Fundación Instituto Nuestra Señora del Pilar, y Sara Herrero, directora del Gabinete Multidisciplinar de la Fundación Querer.

Un jardín terapéutico para todas las edades y patologías

Desde niños con trastornos del neurodesarrollo hasta adultos con secuelas neurológicas o mayores con demencias, el jardín ha sido diseñado para trabajar con una amplia gama de perfiles clínicos, cognitivos y emocionales.

“La clave está en adaptar los estímulos del entorno natural a las capacidades y necesidades del visitante”, explica Herrero. Así, las zonas del jardín permiten trabajar habilidades como la atención, la memoria, la motricidad o la regulación emocional, dentro de una metodología de trabajo interdisciplinar al aire libre.

El resultado: un entorno que estimula sin abrumar, que acompaña sin invadir, que invita a explorar sin imponer.

Diseñado por y para la inclusión

Un aspecto destacado de este proyecto es que su construcción y mantenimiento están a cargo de personas en situación de vulnerabilidad psicosocial, formadas en jardinería ecológica gracias a la colaboración de la Fundación Juan XXIII. Es decir, el jardín no solo cura a quienes lo visitan, sino también a quienes lo hacen posible: una apuesta por el empleo verde, sostenible e inclusivo.

“Creamos este espacio como resultado de un proceso colaborativo de design thinking”, detalla Thais Valero, directora de Espacios Soluciones de Fundación Juan XXIII. En él participaron agrónomos, arquitectos, terapeutas, psicólogos, educadores y expertos en salud ambiental. El resultado es un jardín con base científica, construido desde la experiencia y la escucha.

La ciencia detrás de la belleza

Detrás de cada banco, cada planta y cada recorrido hay más de 700 horas de validación terapéutica. Este no es un jardín improvisado, sino una extensión del tratamiento clínico basada en la evidencia. El proyecto parte del modelo desarrollado por Fundación Juan XXIII desde 2021, con su jardín sensorial pionero que dio lugar a una guía con 89 criterios terapéuticos para la elección de plantas según cinco dimensiones de impacto: actividad física, estimulación sensorial, calma individual, juego y aprendizaje, y emociones.

5 espacios diferenciales en el Jardín Terapéutico

Estas cinco dimensiones se articulan en distintos espacios temáticos del Jardín Querer:

Espacio de activación

Colores cálidos, sonidos estimulantes y plantas como caléndulas o gazanias despiertan la energía. Ideal para trabajar motricidad, ritmo, causa-efecto. Es el primer paso hacia la conexión con el cuerpo.

Zona de transición

Un camino que suaviza la energía con verdes y lilas, y conduce hacia la introspección. El laberinto sensorial y el “Árbol del Abrazo” ayudan a integrar emociones y pasar de la activación a la calma.

Espacio de calma

Una zona de silencio, contemplación y recogimiento. Lavandas, jazmines, bancos ergonómicos y un tipi vegetal permiten trabajar la autorregulación, la ansiedad y el descanso mental.

Espacio sensorial

Camino de texturas, barandillas multisensoriales, olores como romero o tomillo. Diseñado para despertar la atención plena, el equilibrio y la percepción.

Aula educativa

Una zona de formación al aire libre donde se trabajan contenidos curriculares, hábitos saludables y autonomía. Ideal para talleres intergeneracionales, aprendizaje ecológico y vida independiente.