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 Tal y como sucede en las empresas, el absentismo en los colegios es una amenaza cada año para el buen funcionamiento del sistema educativo. Por ello, es imprescindible contemplar variables y diseñar estrategias específicas para la protección del profesorado ante todos los riesgos que se dan cita en un centro. Respecto a los alumnos, toda clave pasa por la educación. Como en el resto de actividades, hay que analizar y evitar los riesgos físicos y psicosociales en las aulas, pues son muchos y variados. 

Como cada año por estas fechas, el tema de conversación entre familias no es otro que el inicio del curso escolar. Mientras cada cual va ordenando su cabeza, mochila y escritorio, el sector educativo hace lo propio en todo lo que respecta a la organización de colegios e institutos. Y seguramente, la mayoría de los centros han rediseñado medidas y orientado estrategias para que la seguridad laboral de las personas (tanto alumnos como el profesorado) sea una de las prioridades de este nuevo año académico. 

Al igual que cualquier organización, las miras se centran en la salud y en evitar en lo posible cualquier baja laboral o del alumnado en estos entornos. En este sentido, expertos de Quirónprevención, quienes cada año trabajan con numerosos centros escolares repartidos por todo el territorio nacional, destacan unas cuantas claves para rebajar este otro tipo de absentismo. 

 

Cuidar de la base: el profesorado 

Uno de los ejes de toda cultura preventiva escolar empieza por cuidar de los profesores y los profesionales que se encuentran en los centros. Al igual que los empleados en las empresas, este tipo de absentismo constituye un problema serio para la enseñanza y la educación, por lo que es clave garantizar en todo momento la seguridad del profesorado. Durante años ha circulado una idea equivocada sobre la docencia: que se trata de una profesión “cómoda”, con pocas exigencias y, sobre todo, con muchas vacaciones. Sin embargo, la realidad es bien distinta. Al igual que cualquier otro sector, la enseñanza está expuesta a riesgos laborales específicos que afectan a la salud física y emocional de quienes cada día sostienen la educación en nuestro país. Desde problemas de voz hasta lesiones musculares, pasando por estrés o exposición a agentes químicos, los riesgos en las aulas son más frecuentes —y más serios— de lo que la sociedad suele reconocer. 

La salud psicosocial del profesorado es crítica: la carga administrativa y los conflictos en el aula minan el bienestar emocional

Si hay un riesgo que afecta por igual a educadores de infantil, primaria, secundaria, especialistas en educación física o docentes de laboratorio, ese es el de la voz. 

Hablar durante horas, en espacios muchas veces ruidosos o mal acondicionados acústicamente, puede derivar en patologías reconocidas como enfermedad profesional: nódulos, pólipos o afonía recurrente. La causa es multifactorial: desde el sobreesfuerzo vocal y la exposición a polvo de tiza hasta la necesidad de alzar la voz en patios o gimnasios. A ello se suman factores individuales como hábitos de fumar, faringitis recurrentes o simplemente una técnica inadecuada al hablar. 

Para reducir este riesgo, los expertos de Quirónprevención recomiendan formación específica sobre el cuidado de la voz, el uso de pizarras digitales en lugar de las tradicionales, la instalación de pantallas absorbentes de ruido e incluso la incorporación de micrófonos en determinadas aulas. También subrayan la importancia de hábitos saludables: hidratarse con frecuencia, evitar forzar la intensidad al hablar y protegerse de ambientes fríos o secos.

Cuidar del profesorado es el primer paso de toda cultura preventiva escolar

La salud psicosocial, un aspecto crítico 

La enseñanza no solo se desarrolla entre libros y pizarras: también exige una exposición constante a terceros —alumnos, familias, equipos directivos— que puede convertirse en una fuente de estrés. La carga administrativa, la presión de los resultados académicos y la gestión de conflictos en el aula son factores que minan la salud psicosocial del profesorado. Desde el prisma de la salud mental, la consigna es abordar los riesgos desde la prevención, con la planificación de formaciones específicas, la puesta en marcha de canales de comunicación interna que detecten problemas antes de que se agraven y el desarrollo de reuniones periódicas donde los docentes puedan compartir inquietudes. Asimismo, las encuestas de prevención incluidas en los reconocimientos médicos programados son una herramienta útil para medir el pulso emocional de los equipos educativos. 

La prevención en la escuela es cosa de todos: familias, docentes, centros y administraciones

riesgos psicosociales en los colegios

Riesgos según la etapa y la materia 

No todos los riesgos son iguales ni afectan de la misma manera a los distintos niveles educativos. El día a día marca diferencias claras entre un profesor de guardería, un docente de educación física o un responsable de laboratorio. Por ello, la seguridad laboral en un colegio exige adoptar medidas concretas, según la materia y la etapa escolar. Empezando por el cuidado de los más pequeños, en donde se da una exposición constante a agentes biológicos (cambio de pañales, vómitos, saliva) y a sobreesfuerzos musculoesqueléticos derivados de cargar a los niños o trabajar en posturas forzadas, habrá que prestar atención a estos riesgos concretos. De este modo, las medidas preventivas pasan por campañas de vacunación, formación en higiene personal y la adaptación ergonómica de los espacios: desde cambiadores con escalones que reduzcan la necesidad de alzar a los bebés hasta guías de buenas prácticas para evitar lesiones en espalda y articulaciones. 

A partir de primaria y secundaria, los riesgos no siempre son físicos. La violencia en las aulas —agresiones verbales o incluso físicas por parte de alumnos— es una preocupación creciente. Para enfrentarse a ello, los expertos proponen protocolos claros de actuación, acompañados de formación que permita a los docentes manejar situaciones conflictivas y reconducirlas antes de que escalen. Agresiones físicas o verbales, tanto por parte de alumnos como de sus padres, son uno de los claros factores de riesgo de origen psicosocial en los profesores de secundaria. Junto a ellos, destacan otros que los expertos en seguridad han detectado en el actual sistema educativo: 

  • El excesivo número de alumnos en un aula. 
  • La falta de cooperación entre compañeros y superiores. 
  • La desmotivación del alumnado. 
  • La inestabilidad laboral de los profesionales de la educación. 
  • Las dificultades de promoción profesional. 
  • La falta de apoyo de las familias en la acción educativa. 
  • La delegación de conflictos que corresponden a las familias o a otros sectores de la sociedad y no a la escuela. 

Con este gran número de frentes abiertos, parece claro que la seguridad laboral en entornos escolares es cosa de todos y requiere de una gran amplitud de miras para poder cuidar de la salud del activo más valioso que tiene el sector de la educación. Para que se pueda hablar de un curso relativamente normal y sin sobresaltos en este sentido, la estrategia debe ser transversal y las medidas llevadas a cabo deben comprender aspectos como la formación, la organización en el trabajo, así como la participación y cooperación de todas las partes. 

La seguridad laboral en colegios exige protocolos claros, formación y cooperación de toda la comunidad educativa

Los jóvenes y la prevención como asignatura 

Además de los profesionales, el otro pilar de un centro educativo son los propios escolares, los jóvenes. Siendo importantes todas las actuaciones que se puedan hacer en las infraestructuras de los colegios para favorecer la seguridad de todos, la clave pasa por impulsar una educación en la prevención desde edades tempranas. En casa y en la escuela, es prioritario que los niños y jóvenes tengan una noción sobre los riesgos a los que se exponen a lo largo de este ciclo de sus vidas. A más concienciación en estas edades, mayor será su implicación en la seguridad del mañana, tanto a nivel personal como profesional. 

Con el paso de los años, la cultura preventiva ha dado un paso adelante en Comunidades Autónomas y centros educativos, pero es cierto que siempre se puede avanzar mucho más en esta cuestión. Aún así, se han desarrollado campañas y proyectos que son muy útiles para impulsar esta otra asignatura en los colegios. Ejemplo de ello es el Erga Tebeo del Instituto de Seguridad y Salud en el Trabajo, el Programa Aprende a Crecer con Seguridad de la Junta de Andalucía, Aprendo Seguro de la Comunidad de Madrid o la Escuela de Prevención y Campaña a salvo de la Junta de Castilla y León. 

El peso de la mochila, el problema de cada año 

 

En cada inicio de curso se retoma un debate que nunca termina: el peso de las mochilas y los problemas que pueden acarrear a los jóvenes. Según la Fundación Kovacs, especializada en investigación médica y salud pública, el 50% de los menores de 15 años y hasta el 70% de las niñas han sufrido dolor de espalda en algún momento. 

Para reducir estos porcentajes y tratar de cerrar el debate, los expertos lo tienen claro: un niño no debería cargar más del 10% al 15% de su peso corporal. Es decir, un alumno de primaria que pese 40 kilos no debería llevar más de 4 kilos en su mochila. La realidad dice que esta regla no se cumple en gran parte del alumnado, lo cual termina traduciéndose en dolores de espalda. Si este dolor se cronifica desde edades tempranas, las consecuencias se arrastran hasta la adultez. 

El peso de la mochila sigue siendo el gran debate: un niño no debería cargar más del 10% al 15% de su peso corporal

El peso de la mochila como problema para los niños

 

Nuevamente, la prevención es cosa de todos y los padres representan la primera línea de acción. Elegir una mochila ergonómica —con tirantes anchos, acolchados y regulables, un cinturón abdominal o torácico, y un tamaño proporcional al tórax del niño— es clave para empezar bien. Pero la elección no basta: también es necesario supervisar el contenido. Enseñar a los hijos a retirar lo innecesario, fomentar el ejercicio físico y recordar que no todo el material debe ir en la mochila cada día son pasos sencillos que reducen riesgos. 

Por otro lado, los centros escolares tienen un rol esencial. La instalación de taquillas para guardar libros, el uso de mobiliario adaptado a la altura de los alumnos o la combinación de materiales en papel y digitales forman parte de las soluciones más eficaces. Asimismo, el profesorado también tiene mucho que aportar. Informar a las familias sobre el material imprescindible para cada jornada, potenciar el uso de fichas o intranets educativas, y facilitar unos minutos al final del día para que los alumnos organicen su mochila pueden parecer pequeños gestos, pero marcan una gran diferencia en la carga física de los estudiantes. 

Y en cuanto al tipo de mochilas, la recomendación de los especialistas en salud se inclina por modelos con manillar telescópico ajustable, ruedas grandes que reduzcan el esfuerzo y la opción de empujar en lugar de arrastrar.