España, líder mundial en esperanza de vida, encuentra parte de su receta en la mesa. Con una media de 83,2 años, según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), nuestro país se mantiene en los primeros puestos del ránking mundial de longevidad. Pero detrás de esta cifra no solo hay genética ni atención sanitaria de calidad: hay, sobre todo, una forma de vivir en la que la dieta mediterránea ocupa un lugar central. Esta es una de las claves que emanan de unas declaraciones a Directivos y Empresas de la jefa del Servicio de Endocrinología y Nutrición del Hospital Ruber Internacional, la doctora Susana Monereo.
“La dieta mediterránea no es solo un patrón alimentario, es una forma de vivir que protege nuestro cuerpo desde dentro y nos permite llegar a edades avanzadas con calidad de vida”, afirma Monereo,
Su defensa va más allá de lo nutricional. “Desde el punto de vista endocrino y metabólico, es una herramienta preventiva poderosa contra el envejecimiento prematuro y las enfermedades crónicas”, subraya. En un país donde más del 37% de los adultos presenta sobrepeso y cerca del 17% sufre obesidad, este modelo alimentario se alza como una respuesta con evidencia científica.
Dieta mediterránea: un escudo frente a enfermedades
Los estudios son contundentes. El proyecto PREDIMED —uno de los ensayos clínicos más importantes en nutrición realizados en Europa— demostró que seguir una dieta mediterránea reduce en más de un 30% el riesgo de sufrir eventos cardiovasculares mayores como infartos o ictus. ¿La fórmula? Una sinergia entre el aceite de oliva virgen extra, las frutas, verduras, legumbres, frutos secos, pescado azul y cereales integrales.
“La combinación de estos alimentos crea un entorno metabólicamente favorable que reduce la inflamación crónica, mejora la sensibilidad a la insulina y protege frente a enfermedades neurodegenerativas”, explica la doctora Monereo.
Y no se trata solo de prolongar la vida, sino de vivirla bien.
Doctora Monereo.
La salud empieza en la mesa… y en el entorno
La dieta mediterránea es mucho más que una selección de alimentos. Es una cultura que aboga por el equilibrio, la actividad física regular, el descanso adecuado y los vínculos afectivos sólidos. “No se trata de prohibir, sino de elegir bien: comer en familia, moverse a diario, descansar y cultivar vínculos afectivos. Todo eso también es salud”, insiste Monereo.
De hecho, uno de los pilares menos visibles, pero más poderosos de este estilo de vida es su impacto emocional y social. Compartir comidas entre generaciones —algo habitual en muchos hogares españoles— tiene efectos positivos demostrados sobre la salud mental, el bienestar hormonal y el estrés.
“La interacción emocional y el sentido de comunidad regulan niveles de cortisol y reducen el llamado inflammaging, la inflamación crónica de bajo grado que acelera el envejecimiento”, añade la especialista.
Más allá de lo clínico, los avances en biología molecular han revelado un nuevo potencial de este modelo alimentario: su capacidad para influir en la expresión genética. Los antioxidantes y compuestos bioactivos presentes en los alimentos típicos del Mediterráneo —como el resveratrol del vino tinto o los polifenoles del aceite de oliva— pueden activar genes protectores relacionados con la longevidad sin modificar el ADN.
En términos celulares, ayudan a preservar la longitud de los telómeros, estructuras esenciales para la juventud celular. “Estamos hablando de una dieta que puede reprogramar nuestro organismo hacia un envejecimiento más lento”, resume Monereo.
Una herencia que debe evolucionar
Sin embargo, a pesar de sus beneficios contrastados, la dieta mediterránea no es una realidad cotidiana para muchos. Solo el 36% de los adultos españoles cumple con los niveles mínimos de actividad física recomendados, y los hábitos alimentarios se alejan cada vez más de los principios tradicionales.
Ante este desafío, la doctora aboga por una estrategia transversal: “Es fundamental que la dieta mediterránea se mantenga y se modernice. No solo como herencia cultural, sino como política de salud pública. Educación, sanidad, urbanismo y ciudadanía debemos remar en la misma dirección para que este modelo siga vivo”.