La dislexia es uno de los trastornos del neurodesarrollo más frecuentes en la infancia, junto con el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Se estima que entre el 5% y el 15% de los niños en España presentan algún grado de dificultad en la adquisición de la lectura y la escritura debido a esta condición. Detectarla a tiempo es esencial para evitar que afecte de forma permanente al rendimiento académico, la autoestima y el desarrollo emocional del menor.
La neuropsicóloga infantil Paloma Méndez de Miguel, del Olympia Centro Médico Pozuelo (Grupo Quirónsalud), insiste en la importancia de la intervención precoz: “El diagnóstico puede realizarse con precisión en torno a los siete años, cuando ya debería estar adquirida la lectoescritura, pero si existen antecedentes familiares, se puede hacer un cribado desde los 3 o 4 años”.
Dislexia: un trastorno con base genética y múltiples manifestaciones
La dislexia tiene un importante componente hereditario. Si uno de los progenitores es disléxico, las probabilidades de que su hijo también lo sea se multiplican por ocho en comparación con la población general. Además, el 40% de los hermanos de niños con dislexia también presentan el trastorno.
Se manifiesta como una dificultad persistente en el reconocimiento de palabras, la fluidez lectora y la ortografía, sin que exista una causa neurológica, sensorial o intelectual que lo justifique. Puede aparecer sola o en combinación con otros trastornos del desarrollo, como el TDAH, el Trastorno Específico del Lenguaje (TEL), la discalculia o problemas de coordinación motriz. También es habitual que genere síntomas emocionales como ansiedad, frustración y baja autoestima.
Un trastorno del aprendizaje que afecta al 5-15% de los niños en España y que requiere la atención coordinada de familias, escuelas y profesionales sanitarios
Signos de alerta en la etapa preescolar
Aunque el diagnóstico clínico se establece con seguridad hacia los siete años, los padres y educadores pueden identificar señales tempranas durante la etapa de educación infantil, especialmente si existen factores de riesgo genéticos. Entre los indicadores más relevantes están:
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Retraso en la adquisición del lenguaje.
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Desarrollo lento del habla.
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Dificultades para aprender rimas o juegos de palabras.
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Problemas de pronunciación persistentes (dislalias).
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Incapacidad para recordar secuencias (como días de la semana o letras de canciones).
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Problemas para reconocer letras y sonidos asociados.
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Dificultad para deletrear o leer palabras inventadas (pseudopalabras).
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Desorientación espacial o confusión izquierda-derecha.
Estos signos deben ser valorados por un especialista en neurodesarrollo infantil para determinar si hay riesgo de dislexia y si se requieren intervenciones preventivas.
Diagnóstico profesional: pruebas validadas y enfoque multidisciplinar
En palabras de la doctora Méndez de Miguel, “desde los 3-4 años podemos utilizar herramientas como el ITPA (Illinois Test of Psycholinguistic Abilities), que permite detectar alteraciones en las habilidades psicolingüísticas que anticipan el riesgo de dislexia”. A partir de los siete años, se recomienda realizar una valoración neuropsicológica completa que evalúe:
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Cociente intelectual.
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Funciones ejecutivas.
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Atención sostenida y selectiva.
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Memoria de trabajo.
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Nivel de lectoescritura.
Esta evaluación permite un diagnóstico diferencial preciso, descartando otras causas y diseñando un plan de intervención personalizado.
Tratamiento: reeducación especializada y trabajo en red
El abordaje terapéutico se basa en programas de estimulación o reeducación que trabajan sobre las áreas deficitarias. “Estos programas son muy eficaces, pero requieren tiempo y constancia: los resultados no son inmediatos y el tratamiento suele prolongarse durante al menos dos años”, aclara la experta.
La implicación de la familia y la coordinación con el entorno escolar son fundamentales para reforzar los avances. El apoyo emocional también es clave, ya que muchos niños con dislexia desarrollan sentimientos de inferioridad frente a sus compañeros, lo que puede interferir con su motivación y autoestima.
Educación inclusiva y adaptación curricular
Desde el punto de vista educativo, es necesario adaptar las metodologías de enseñanza para garantizar que los alumnos con dislexia tengan las mismas oportunidades que el resto. El uso de recursos visuales, lectura en voz alta, refuerzo positivo y herramientas digitales son algunos de los apoyos que pueden facilitar el aprendizaje.
En este sentido, los colegios que apuestan por modelos de atención a la diversidad y programas de detección temprana tienen mayor capacidad para prevenir el fracaso escolar vinculado a la dislexia. Las administraciones públicas también deben reforzar la formación del profesorado en dificultades de aprendizaje y promover el trabajo conjunto con los servicios sanitarios.
Por qué la detección precoz es una inversión estratégica
Para los directivos del ámbito educativo, sanitario y de recursos humanos, entender el impacto de la dislexia va más allá de la infancia. Detectar y tratar este trastorno a tiempo reduce el riesgo de abandono escolar, mejora la empleabilidad futura y contribuye a una sociedad más inclusiva.
Además, integrar programas de evaluación neuropsicológica en centros médicos y escolares, así como fomentar entornos adaptados a distintos estilos de aprendizaje, son inversiones que generan retorno en términos de salud pública, cohesión social y productividad.