Directivos y Empresas

Los protocolos no solo son cosa del coronavirus

Por Susana Cámara

Si algo nos ha dejado el 2020 es un nuevo brote de humanidad, aunque fuese por un tiempo, y un mundo cargado de protocolos. ¿Todavía alguien tiene alguna duda sobre la falta de humanidad y ética en la sociedad mundial? Sin ser mi objetivo abrir un debate conspiranoico sobre el origen de la pandemia en la que, sin darnos cuenta, llevamos casi un año (al menos desde nuestro conocimiento), lo cierto es que cualquier ser vivo tiene más raciocinio y sentido común que el ser humano, por ello necesitamos continuamente trabajar en reglas que limiten nuestro comportamiento codicioso y malicioso, y cuando digo malicioso es, en especial, egoísta.

Cada vez es mayor la necesidad de interactuar y trabajar conjuntamente para conseguir nuestros objetivos, sean personales o colectivos. Esto se ha convertido en un abanico de opciones y oportunidades, y desde que el mundo se ha convertido en globalizado, permite que las relaciones entre personas y entidades sea más fácil, pero a la vez más compleja.

Vivimos rodeados de protocolos

Es este el motivo por el que vivimos en un ámbito cargado de protocolos que permiten que la complejidad de las relaciones sea menos compleja, regular las relaciones en beneficio de la sociedad, no en interés particular y ayudar a que, en caso de conflicto, se dispongan de medios materiales y profesionales para dar respuesta disminuyendo significativamente el impacto negativo en los interesados en particular y en general en la sociedad.

Los protocolos han cobrado especial importancia con la pandemia -algo bueno tenía que tener- siendo las palabras más buscadas confinamiento y coronavirus, lo cierto es que protocolo no debería quedarse atrás. Y es que hemos podido vivir lo que supone un protocolo eficaz y un protocolo ineficaz, así como su impacto positivo o negativo respectivamente.

La influencia de los protocolos en las empresas

Los protocolos tienen una larga trayectoria en el área empresarial, no en España -a la vista queda-, pero sí en territorios anglosajones. Independientemente de su cultura, costumbres y leyes, que evidentemente influyen sobre los protocolos, hay que reconocer la fortaleza de las empresas anglosajonas en el mercado. Y esto no es cuestión de mitos, ni tampoco de “americanadas”, esto es cuestión de números y posicionamiento. Esto es cuestión de protocolos eficaces, no de “matar moscas a cañonazos”.

Un gran número de empresas españolas tienden a cerrar cuando llega el momento de la sucesión familiar, ¿por qué? Por no tener una planificación previa, estructurada y estudiada que persiga los intereses societarios, en lugar de los personales.

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Un gran número de empresas se encuentran con casos de mobbing laboral, por no tener un Código ético que regule, entre otros muchos aspectos, el acoso. Un gran número de empresas se encuentran en situación de vulnerabilidad o sin recursos obtenidos lícitamente para hacer frente a un problema dentro de su ámbito operativo.

Y lo más importante, muchas empresas carecen de iniciativa por convertirse en vehículo de posicionamiento de personal no cualificado para las competencias asignadas por “compromisos de colocación” -utilizando un lenguaje apropiado-.

Es decir, la diferencia entre el estancamiento empresarial y posterior cierre de la sociedad, y el progreso y crecimiento de una empresa se basa en la disposición de protocolos que permitan una evolución de la mercantil de manera paulatina, con estudios de riesgos, estudios de mercado y posicionamiento, con protocolos que regulen la incorporación de personal cualificado para la vacante, con protocolos que se basen en la realidad empresarial, con protocolos dinámicos y abiertos al cambio que necesite la corporación para avanzar, es decir, con protocolos eficaces, con protocolos propios, protocolos que se conviertan en los railes hacia el crecimiento de la empresa.

Líderes poco profesionalizados

En España lo más habitual es encontrar un empresario, poco profesionalizado, con pocos o nulos conocimientos en la actividad empresarial, entendiéndose como tal lo puramente burocrático, pero con conocimientos plenos en la actividad que desarrolla; con pocas ganas de aguantar a “los trajeados estirados que se piensan que todo lo sabe”.

Además de despertar alguna que otra risa, la mayoría porque se nos viene a la mente más de un empresario que encaja a la perfección en esta descripción, no es sino el problema del tejido empresarial de nuestro país. Es por ello por lo que muchas empresas son débiles, no disponen de recursos para hacer frente a un problema que, a futuro más o menos cercano, desencadena su cierre. En el 2021 es imposible ser empresario si no cuentas con el aporte de múltiples profesionales. Es imposible concebir una empresa de éxito sin una palabra clave asociada: equipo.

Cuando hablamos de un equipo no lo entendemos como un grupo de personas, porque sino sería un grupo de personas, no un equipo. Un equipo es la coordinación de más de una persona, cada una con un cometido, que trabajan bajo las mismas reglas -plenamente conocidas- y se comunican a través de unos protocolos para que la información llegue a través de un canal seguro y claro a un receptor capaz de interpretar la información para continuar con su aportación a la consecución del objetivo común.

Si no hay unas reglas aplicables, ni una estructura de competencias y funciones, si no hay un organigrama de trabajo, un protocolo de comunicación y un respeto por el compañero, por muy claro que esté el objetivo, señores, póngale al proyecto fecha de caducidad.

La situación empresarial que estamos viviendo no es lo habitual, pero tampoco es excepcional dado que no es algo diferente a una crisis económica, donde muchos negocios también se ven desbordados, incapaces de superar la situación.

Supervivencia es adaptabilidad

Pero también me darán la razón cuando digo que el negocio que con mayor o menor sufrimiento consigue aguantar, sale altamente reforzado, ¿no es así? Pues bien, esa es la clave, quien sobrevive, es quien sabe adaptarse a los cambios, unos más intensos, otros con menor impacto, pero todos son cambios. “Adaptarse o morir, esa es la cuestión”.

Debemos ser conscientes de que tener en 2021 una empresa no es lo mismo que en 1980, ni tan siquiera como en el año 2000. La tecnología nos ha desbordado, literalmente. Muchos reacios a su empleo fueron los primeros soldados abatidos. La llegada de fondos extranjeros que buscaban invertir en España, no llegaron tan solo con algún dólar en la maleta, también con sus reglas y condiciones que, sin lugar a dudas, fueron tan bienvenidas como los dólares, lo que trajeron novedades que aportaron beneficios a las empresas en las que aterrizaron, pero la exclusión de las que las desecharon.

Con esto quiero decir, que actualmente el mercado empresarial no tiene fronteras, el español tampoco. La complejidad normativa y la complejidad que rodea las relaciones personales y de las personas con las empresas requieren de una regulación interna, de unos protocolos que protejan los intereses de la empresa, pero también los valores éticos hacia su activo más valioso: las personas.

Cuando hablamos de tejido empresarial, muchas veces parece que solo estamos hablando de las grandes empresas, sin embargo, el tejido empresarial somos todas las empresas, da igual su tamaño, lo importante es que todas tienen impacto en la economía. ¿Acaso no puede blanquear capitales una tienda de ultramarinos de barrio? ¿Acaso no puede haber un accidente laboral de una empresa de albañilería de dos empleados? ¿Acaso no puede haber un caso de pornografía infantil con un empleado de un pequeño despacho? Es decir, el escándalo y daño reputacional no entiende de tamaño empresarial.

La conducta ilícita es la misma, se produzca en una multinacional o en un pequeño despacho, ahora bien, los protocolos no son los mismos para una empresa de 500 empleados que para un despacho de 2. Por ello, es indiscutible disponer de protocolos diseñados para esa empresa, no para otra, para esa.Y es que todo es más sencillo de lo que parece: los protocolos son eficaces o no, porque son estudiados o copiados, simple.

El caso de la industria del deporte

Hablando de un gigante de la economía, del que rara vez nos acordamos, pero que mueve miles de millones al año, tiene miles de millones de seguidores mundiales, y un sector altamente expuesto: exacto, el deporte. He podido oír algún suspiro, así como ver algún escándalo que se os viene a la cabeza. Seamos genéricos: blanqueo de capitales, firma de contratos con cláusulas que “bordean” la legalidad, planificación fiscal abusiva, vulneración de derechos de personas extranjeras, corrupción, escándalos sexuales, divorcios que ensucian la carrera profesional del deportista, apuestas … Podríamos seguir, pero creo que es suficiente.

El deporte es un mundo particular. Podríamos definirlo así. En muchas ocasiones el deporte ha pasado a un segundo plano en su esencia, cobrando mayor importancia el negocio económico. Esto ha llevado a ensuciar sus valores y lo que representa, a pesar de disponer de los profesionales más valorados en el mercado para estudiar ofertas y perseguir los mejores contratos para los clubs y los deportistas. Y es que muchas veces el dinero nos corrompe intentando exprimir a la gallina de los huevos de oro, ignorando que cuanto más la cuidemos y mimemos, más nos durará.

Actualmente estamos viendo como deportistas de primera línea están dando positivo en coronavirus. Personas con todo tipo de comodidades que deciden vulnerar todo tipo de protocolos sanitarios establecidos por las autoridades públicas y los propios marcados por los equipos que, por si fuera poco, deciden exponer orgullosos en sus redes sociales. ¿Son conscientes del daño reputacional que están sufriendo? ¿Son conscientes del impacto social que tienen sus actuaciones y que, por si fuera poco, son copiadas por los más pequeños? Tal vez, si hubiese una mayor cultura ética y basada en los protocolos, muchas de estas conductas serían previamente meditadas por el deportista.

También podemos pensar que los clubs son muy rigurosos con sus normas, y que muchos de ellos disponen de protocolos, pero no lo son tanto dependiendo de quien las infrinja, y ese es el principal problema en el mundo deportivo.

Protocolos y ética

Debe haber una ética escrita, unos protocolos a la vista, pero en muchas ocasiones aplicarlos supone la pérdida de un gran importe económico y se opta por los comunicados oficiales excusando la conducta en cuestión, pasando a tener mayor repercusión el reproche de los aficionados que el del propio club, siendo quien acabe obligando al equipo a la resolución del contrato o sanción correspondiente, pero no por iniciativa, sino por “presión externa”. Actualmente nos viene a la mente una gallina de huevos de oro, que se hizo hueco en los principales clubs de Europa y cuyo contrato se ha resuelto por escándalos excesivos con tan solo veintisiete años. Estas conductas se pueden prevenir, no lo duden.

Finalizando estas líneas, debemos de tener en cuenta que tenemos un factor que juega en contra de toda empresa, independientemente en el sector en el que juegue: el tiempo. Todo es para ayer, las decisiones deben de tomarse con carácter urgente, no hay margen de reflexión ni de estudio, todas estamos en el bombo y no tomar la decisión a tiempo puede suponer la pérdida de millones de euros o del cierre de la compañía.

Tener la capacidad de tomar decisiones a tiempo, siendo acertadas o no, se basa en la disposición de protocolos de actuación eficaces, que den rédito y respeto a la empresa en el mercado, que coordinen al equipo y sean flexibles a las necesidades que vaya presentando la empresa, es decir, que la hagan crecer firme y paulatinamente velando en todo momento por los intereses de la mercantil.

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